Hace unos días os informábamos de que El Balcón de Mateo había llegado a un acuerdo la editorial riojana La Última Nube ediciones por el que, periódicamente, nos enviarán relatos breves ilustrados. Ahora, tenemos el placer de presentaros el primer cuento fruto de esta colaboración: La Aventura de Malik. Recordad que podéis descargarlo gratuitamente. Esperamos que os guste.
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LA AVENTURA DE MALIK
Por Nadia Lafuente Iruzubieta
Ilustraciones: Rebeca Jiménez Pintos
“Esta es la historia del niño con la mirada más limpia a lo largo y ancho del sofocante desierto del Sáhara…”
Así comenzó el sabio el cuento de aquella noche tan fría. La luna iluminaba el campamento y las estrellas la acompañaban discretas. Durante el día, el sol se ocupaba de calentar la arena, no podrías hundir tus manos en ella; sin embargo, al ocultarse, había que abrigarse bien, pues las temperaturas bajaban en picado.
El anciano narrador del pueblo era un hombre enjuto, al que apenas le quedaba algo de músculo con que rellenar su escuálido brazo, el cual necesitaba apoyar en una rama casi igual de seca que él para poder mantener el equilibrio, parecía haber elegido a Malik como protagonista de su historia, pues de verdad que era el niño con la mirada más sincera que jamás se haya visto.
El sabio relataba un cuento por noche, todos los niños del pueblo se reunían en la entrada de su haima para escuchar atentos y en absoluto silencio.
Malik siempre llegaba el primero.
-¡Adiós, mamá! – gritaba mientras salía a toda prisa atravesando el campamento.
Dejaba atrás una nube de polvo al pisar la arena, derrapaba y se sentaba igual que un indio apache, con las piernas cruzadas y apoyando la barbilla en sus manos.
Aquella noche, les hizo saber de una rama mágica que nadie, salvo el protagonista de aquel cuento, había encontrado jamás. Solía permanecer enterrada en la arena del desierto esperando al afortunado que diera con ella, pues aquel hallazgo suponía trasladarse a mundos nuevos, desconocidos.
Cuando el sabio terminó la narración y todos se fueron retirando a sus casas, agarró a Malik por el hombro y le dijo muy bajito al oído :
-Tú serás el próximo, mira bien por dónde pisas…- y con una sonrisa dio media vuelta y entró en la haima.
Al día siguiente, Malik sin darle mayor importancia a las palabras del anciano, salió camino de la escuela. Su casa estaba algo alejada. El sol abrasador, desde bien temprano, le seguía en su lento caminar quemándole la espalda.
De pronto, tropezó con algo y cayó al suelo, hundiendo su cara en la arena. Al girarse comprobó cómo sobresalía la punta de una rama muy fina. Se acercó y tiró de ella con fuerza. No fue tan fácil, se concentró y entonces volvió a tirar con ganas. La rama salió de golpe y Malik cayó inevitablemente al suelo. Primero, la observó, no parecía tener nada especial, era una rama como otra cualquiera. Así que, la lanzó lejos de allí y siguió su camino. Pero, el niño desconocía que cuando la rama mágica sale a tu encuentro te hará saber que es auténtica. No había avanzado apenas, cuando, de repente, ésta apareció de nuevo en su camino y la pisó. Malik pegó un brinco y pensó :
-¿Cómo es posible? Acabo de dejarla atrás…
La rama se puso en pie, esperando a que el niño la cogiera de nuevo. Y así lo hizo. Pero, no pasaba nada. Comenzó a dar vueltas y a agitarla en el aire apuntando al cielo, pero nada. De pronto, como si fuera igual de pesada que el plomo, apuntó al suelo y se hincó ligeramente en la arena.
Primero Malik, hizo líneas curvas sin sentido, hasta que el final de una de ellas se juntó con el comienzo de otra. De pronto, unas nubes enormes taparon el cielo. Malik apenas era capaz de recordar un día nublado.
Después, y sin poder parar de mirar al cielo, dibujo pequeñas rayitas. De pronto, a una gota de agua, que le cayó en el cogote, siguió una tormenta. No podía parar de reír y saltar, era comprensible, pues la lluvia hacía su aparición estelar unas dos veces al año.
Agotado por tanta emoción, cayó rendido al suelo y el agua cesó.
Se incorporó, había entendido el juego. El sol volvió a brillar y comenzó a secar la tierra de nuevo. Apoyó la rama en la arena todavía algo húmeda, y esta vez, dibujó un rectángulo, muy alto.
El suelo comenzó a temblar bajo sus pies. Se asustó y echó a correr a unos metros del dibujo. Ante sus ojos, la azotea de un edificio asomaba como la punta de un iceberg, hasta dejarse ver del todo. Era un rascacielos de más de setenta pisos. Una enorme sombra lo cubrió, nunca había visto nada igual, su casa estaba construida de adobe y medía algo más que su padre, el cual no podía presumir de ser muy alto. Al principio, pensó que se trataba de un monstruo horrible que se lo comería en un santiamén, pero al ver que el edificio no daba señales de vida se acercó a mirarlo de cerca. Cuando quiso darse cuenta, éste desapareció con la misma rapidez con que había brotado de la arena.
Cogió de nuevo la rama mágica y la apoyó en el suelo. Esta vez decidió que haría círculos de varios tamaños, todos muy juntos. Cerró los ojos y al abrirlos, globos de vivos colores flotaban en el aire. Los agarró por una cuerda que unía unos con otros. De pronto, sus pies se despegaron del suelo y lentamente comenzó a volar. Nunca había visto el desierto desde esa perspectiva. Veía el campamento de refugiados, también alcanzó a ver su casa, la escuela, y pensó que debía parar pues se alejaba demasiado. Entonces, cogió la rama y con el extremo más afilado comenzó a pinchar uno a uno los globos, así consiguió descender lentamente.
Se quedó sentado en la arena asimilando lo que acababa de suceder, menuda aventura…
Al levantarse, pensó en qué dibujo le apetecía hacer. Trazaría un cuadrado enorme. Para ello caminó veinte pasos a un lado, veinte a otro, y así por los cuatro costados hasta crear aquella figura que pronto cobraría vida.
Se tapó los ojos con ambas manos y esperó. De repente, notó frío y humedad en los pies. Miró con algo de miedo entre los dedos y una extensión de agua jamás vista antes se mostraba majestuosa ante él, era el mar. Corrió hacia la arena, pero el agua le seguía. Aunque, cuando apenas había llegado a tocarle, volvía al lugar de donde había partido. Comprendió entonces que no era peligroso. Se acercó tanto que el agua cubría sus pies. Poco a poco fue introduciéndose hasta dejar de tocar el fondo, pero no se hundía. Decidió mirar debajo del agua. Abrió los ojos sin miedo y se sumergió. Peces de colores nadaban junto a él, dejaba atrás plantas y corales. De pronto, algo lo empujó con fuerza a la superficie. Era el lomo de una enorme orca que le hacía las veces de balsa. Malik no podía parar de reír, hasta que llegaron a la orilla. Al salir del agua, se giró, el mar ya no estaba.
Se sentó en la arena y cabizbajo comenzó a trazar una espiral en la arena con la rama mágica.
Cerró los ojos y se quedó dormido. Cuando despertó estaba en casa, tumbado en el suelo sobre sus mantas.
La rama desapareció, había salido en busca de la mirada sincera de otro niño.