Cuentos para descargar: Un tobogán especial

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¿Qué aventuras le esperan a Teo tras el tobogán de su piscina? Descúbrelo en este cuento, escrito por La Última Nube ediciones, en exclusiva para los lectores de El Balcón de Mateo.

Un tobogán especial, así se titula el último cuento que la editorial riojana La Última Nube ediciones ha escrito en exclusiva para vosotros, los lectores de El Balcón de Mateo.

¿Qué aventuras le esperan a Teo tras el tobogán de su piscina? Sigue leyendo para descubrirlo.

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UN TOBOGÁN ESPECIAL

Texto: Nadia Lafuente Iruzubieta
Ilustraciones: Rebeca Jiménez Pintos

 

La piscina municipal permanecería abierta hasta finales de agosto, el verano apenas comenzaba y todavía quedaban muchos días para disfrutar de ella. Teo adoraba el agua. Había tardes en que esbozando una leve sonrisa de satisfacción admiraba las yemas de sus dedos, arrugadas como uvas pasas tras permanecer durante horas a remojo.

Teo tenía ocho años recién cumplidos y era el más bajito de su clase, pero eso no le importaba pues sabía que era el mejor nadador.

Su modo de actuar siempre era el mismo, llegaba a la piscina, primero se quitaba la ropa, convenía que el bañador fuera elástico y muy pegado al cuerpo, no quería que nada le impidiese ir más rápido, se colocaba un gorro de nadador profesional y unas gafas de bucear.

Acercándose al bordillo de la piscina y colocándose en posición, se lanzaba al agua, después de contar hasta tres muy bajito. Entonces, sumergía los brazos primero, y su cabeza chocaba contra el agua después. Una vez dentro, buceaba a gran velocidad, imitando los movimientos de un pez. Al salir a la superficie, cogía aire y avanzaba como un rayo, parecía que en lugar de pies tuviera un pequeño motor.

 

Un tobogan especial. Cuentos en el bolsillo

 

Las semanas pasaban sin mayor novedad, hasta que llegó aquel día…

Apareció en la piscina como cualquier tarde. Se acercó a un grupo de niños que charlaban y reían. Cuando éstos se dispersaron, Teo no lo podía creer… ¡Habían colocado un tobogán enorme! Esto le daría una propulsión increíble.

Lo primero que hizo fue subir a lo más alto para probarlo, se lanzó y una amplia sonrisa se dibujó en su cara seguida de un «¡Aaaah!» que terminó sonando más grave debajo del agua. Había muchas burbujas y Teo no veía nada, cuando éstas se disiparon pudo ver el agua de color azul a su alrededor, pero no era el de siempre, parecía diferente. Siguió buceando para llegar a la superficie, pero daba la sensación de que ésta se alejaba cada vez más. Teo se asustó; empezaba a faltarle el oxígeno, cuando de pronto, y sin querer, cogió aire por la nariz, y no pasó nada…¡Podía respirar debajo del agua!

Pero, esto no era lo más extraño, nadaba más rápido de lo habitual, miró detrás y sus piernas habían sido sustituidas por una preciosa cola de pez. Era un sueño hecho realidad.

La idea de llegar a la superficie pasó a un segundo plano, ahora quería probar su nueva aleta.

Nadó lo más rápido que pudo, la sensación era increíble, dejaba atrás corales y algas, pero no se encontraba con ningún animal, ¿dónde se escondían?

De pronto, se giró pues creyó ver algo, al mirar de nuevo al frente, se topó con un objeto que le atrapó medio cuerpo dejándole los brazos inmovilizados. Era una rueda de coche. Se asustó y comenzó a revolverse para escapar de aquella trampa inesperada. Al fin logró salir y la rueda se hundió lentamente para unirse a otras que descansaban en el fondo marino. Miró a su alrededor, una acumulación de llantas se perdía más allá, varios kilómetros en la oscuridad. No podía creer lo que veían sus ojos. ¿Dónde estaba ese fondo marino de documentales y libros con preciosos peces de colores?

 

Un tobogán especial. Cuentos en el bolsillo

Teo entristeció y siguió nadando por encima de aquel montón de caucho.

Cuando llevaba un buen rato recorrido, decidió que se asomaría por encima del agua. Subió y subió, pero seguía rodeándole una inquietante oscuridad. Pensó que al acercarse a la superficie los rayos de sol iluminarían el agua, pero no fue así.

Una especie de techo de color negro se expandía sobre su cabeza, la consiguió sacar a duras penas pues una enorme capa de basura cubría kilómetros y kilómetros de mar. De pronto, una cigüeña se le acercó manteniendo el equilibrio sobre una botella, la cual algún día estuvo llena de detergente. Una bolsa de plástico transparente cubría al animal, exceptuando su largo pico.

– Bienvenido a la Isla de la basura, ¿qué animal eres? – preguntó con voz aguda y mirando de reojo la cola de Teo que asomaba de vez en cuando por encima de todos aquellos desperdicios.

El niño no podía creerlo, aunque parándose a pensar, después de su metamorfosis, que una cigüeña le hablara no era tan extraño.

– Soy un niño – debajo del agua su aleta no paraba de moverse -, bueno, hasta hace unos minutos, ahora soy un poco pez. ¿Por qué el mar está tan sucio? – preguntó.

– Esperaba que tú, siendo algo humano, me contestarás. Hubo un tiempo en que el agua era cristalina y el fondo del mar estaba habitado por animales y plantas sanos, ahora todos estamos algo enfermos – dijo la cigüeña cabizbaja.

– Ahora entiendo por qué los mayores insisten en que el plástico es perjudicial para la naturaleza, lo siento mucho…- se disculpó Teo.

– No te preocupes, se me ocurre una manera para deshacernos de toda esta porquería – dijo la cigüeña sonriendo -, pero antes, ¿podrías quitarme esta incómoda bolsa? Llevo meses sin poder volar.

– ¡Claro! – exclamó Teo.

Entonces, la cigüeña le explicó que conocía un dicho legendario que dice que si crees en ti mismo serás capaz de cualquier cosa, y en eso Teo era todo un experto. Le pareció bien, pero por un momento :

– ¿Estás seguro de que podré? – dijo dudando.

– ¡Claro! Vamos, uno, dos… ¡Tres! – contó la cigüeña.

Un tobogán especial. La Última Nube Ediciones

Teo cogió aire y sopló lo más fuerte que pudo. Volvió a coger aire y lo soltó de nuevo, y así, varias veces, hasta que una ola enorme comenzó a formarse cerca de ellos. Arrasó toda la superficie llevándose con ella la basura que tanto daño había causado.

– ¡Sabía que lo conseguirías! – gritó la cigüeña volando en círculos sobre el niño -, ¡muchas gracias! – dijo despidiéndose.

Teo estaba contento y decidió que bucearía para disfrutar de un fondo marino limpio.

De pronto, se encontró con un gran agujero en las rocas. Se introdujo en él, y después de unos metros a oscuras vio una luz. Siguió adelante y cayó al vacío. Era el tobogán por el que había comenzado su extraño viaje, así que por fin lo disfrutó como los demás niños, los cuales le esperaban en la piscina. Sin embargo, ellos no habían sido tan afortunados de aprender una lección tan importante como la que aquella cigüeña había enseñado a Teo.

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