El niño que domó a un animal salvaje

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¿Qué le ocurre a un niño cuando encuentra SU libro? El libro de Darío marcó un antes y un después en su vida y en la de los protagonistas de esta historia. Una nueva entrega de la colección Cuentos en el bolsillo, de la Última Nube Ediciones para El Balcón de Mateo.

¿Qué le ocurre a un niño cuando encuentra SU libro? El libro de Darío marcó un antes y un después en su vida y en la de los protagonistas de esta historia.

La Última Nube ediciones nos ofrece este nuevo cuento de la colección «Cuentos en el bolsillo«, escrito en exclusiva para los lectores de El Balcón de Mateo. Lo puedes descargar gratis en tu tablet.


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EL NIÑO QUE DOMÓ A UN ANIMAL SALVAJE 

Texto: Nadia Lafuente Iruzubieta
Ilustraciones: Rebeca Jiménez Pintos

 

Hacía calor, aunque ya debería haber comenzado a refrescar por las tardes. Darío salió a dar un paseo con su padre, suerte que éste disfrutaba de unos días libres en el trabajo. A su paso, encontraron la Feria del libro antiguo, como cada año, la ciudad la acogía en la misma plaza de siempre.

— ¡Mira, Darío! La Feria del libro antiguo, vamos a acercarnos – exclamó el padre de Darío emocionado, al contrario que su hijo el cual frunció el ceño y se cruzó de brazos.

— ¡No quiero y no quiero! ¡Prefiero ir al parque! – gritó Darío enfadado.

— Muy bien – le tranquilizó su padre -, pero te garantizo que un libro puede ofrecerte más aventuras de las que nunca hayas vivido en el parque.

Entonces Darío aceptó, pero avisó de que estarían poco rato, pues no le gustaba leer o quizás es que no había encontrado el libro adecuado, o mejor dicho, el libro no le había encontrado a él, pues como cuenta una antigua leyenda, a cada persona nos espera un libro diferente, que nos atrapa para no dejarnos jamás.

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El que aguardaba a Darío no era demasiado fino ni demasiado grueso, digamos que era mediano, como él, pues en su clase había niños más altos y fuertes que Darío, pero también los había más bajitos y enjutos. Entre sus desgastadas tapas duras unas cien páginas, que comenzaban a amarillear, pues Darío había tardado mucho en aparecer por allí, se escondían de la humedad y del frío impacientes a la espera de ser leídas.

Aquella tarde el librero lo había acomodado en los estantes de la sección juvenil que había en las paredes del stand, delante de todos los demás para que llamara la atención. En la portada un enorme oso pardo, vestido con tutú de bailarina, abría las fauces junto a un niño que posaba valiente a su lado, ataviado con un traje de domador y un látigo. A su alrededor, otros libros más nuevos e incluso más viejos que él también esperaban emocionados a sus futuros lectores.

Darío y su padre ya casi habían terminado de recorrer la feria por completo, cuando algo llamó la atención del niño en uno de los puestos.

— Quiero ver ese de ahí, papá – exclamó Darío señalando el libro que lo esperaba paciente.

— Buenas tardes, ¿nos podría acercar ese libro? – preguntó el padre de Darío al librero.

— Cómo no, ¿este? – dijo señalando al oso y al niño de la portada que ya miraban de reojo al librero.

— No, no, el de detrás – dijo el padre de Darío señalando a un libro sin estrenar que incluso estaba protegido por el envoltorio de plástico.

El niño sonrió al cogerlo entre sus manos, olía a nuevo, nadie lo había tocado antes, Darío era el primero. Sin embargo, el oso y el niño de la portada del libro viejo, entristecían cabizbajos.

Mientras Darío y su padre leían en la contraportada el argumento del libro que éste había elegido, el oso y el niño decidieron que tramarían un plan para llamar la atención de su futuro dueño.

Se dieron media vuelta y echaron un vistazo a su alrededor, detrás un fondo de circo. El niño dio una vuelta de reconocimiento y encontró unas pelotas de goma de vivos colores, se las acercó al oso ordenándole con su látigo que hiciera malabares para llamar la atención de Darío. El oso aceptó muy a su pesar, al fin y al cabo, ese era su destino, pues así lo quiso el autor de aquella novela. El animal, algo torpe en sus movimientos, pues el vestuario no era muy cómodo, comenzó el espectáculo y al poco de iniciar sus malabarismos tropezó y cayó al suelo. El pequeño domador no podía parar de reír, se agarraba la barriga con fuerza y señalaba al enorme oso, el cual no podía estar más avergonzado. Pero, Darío ni se inmutó, estaba muy ocupado con aquel libro que parecía decirle «estréname, estréname…». El oso se levantó a duras penas y el niño, paró de reír, estaba enfadado, le recriminaba al animal que no sabía hacer su trabajo.  Se agarró la barbilla y comenzó a maquinar de nuevo. Primero miró al oso, y después, a Darío. De repente, « ¡eureka! », la genial idea que había tenido volvía a otorgar al oso el papel protagonista, éste debía saltar con todas su fuerzas, pues los golpes en el suelo con todo aquel peso harían que el libro cayera de la estantería y Darío se percatara de su existencia en un santiamén.

El oso comenzó a brincar «¡pum, pum!», el suelo retumbó haciendo funcionar el plan del niño. Al caer del estante, el libro hizo varias paradas, rebotó contra la mesa y así cayó al vacío aterrizando justo a los pies de Darío, el cual lo miró sin poder evitarlo. Dejó el libro nuevo sobre el mostrador y se agachó a recoger el libro que se había hecho viejito esperándole.

— ¡Mira, papá! ¡Un oso enorme! Ja, ja, ja, va vestido de bailarina – dijo Darío soltando sonoras carcajadas.

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— Sí, es muy gracioso y el niño que está con él no tanto, da más miedo que el oso con ese látigo, ¿no crees? – dijo el padre con la esperanza de que su hijo apreciara el gran valor del libro que Darío sostenía entre sus manos.

— Lo quiero – exclamó Darío seguro de su elección haciendo sonreír al niño y al oso.

 

Había anochecido y ya era hora de que Darío fuera a dormir. Su madre apagó la luz dándole las buenas noches. Entonces, el niño se refugió debajo de las mantas y sacó su linterna. Alumbró la tapa del nuevo libro para leer el título escrito en elaboradas letras de color dorado «El niño que domó a un animal salvaje», cegando al niño y al oso que tuvieron que taparse los ojos.

¿Era cierto lo que había visto?

Entonces, el niño comenzó a hablarle, o más bien a mover los labios y a hacer aspavientos con el látigo porque Darío no escuchaba nada, el oso gruñía en silencio y se defendía lanzando zarpazos al aire, así que decidió abrirlo y comenzar a leer en voz alta. Las páginas aparecían decoradas con ilustraciones a color debidamente enmarcadas con filigrana. Al principio se podía ver al oso contento, viviendo con su familia en las montañas. La historia, cada vez más emocionante, mostraba cómo el niño, sin embargo, había carecido de ella a lo largo de su corta, pero intensa vida, acogido una y otra vez en casas donde lo utilizaban como criado y le hacían trabajar duro. Así fue forjándose un carácter cruel, hasta llegar a un circo donde aprendió a domar osos. En él conoció al otro protagonista de aquella historia que mantenía en vilo a Darío. A golpe de látigo consiguió que aquel animal salvaje, que había sido arrebatado de su hábitat natural sin miramientos, le obedeciera. A Darío le daba mucha pena aquella historia, de pronto, se dio cuenta de que las frases se iluminaban al paso de su voz.

¿Qué pasaría si inventaba alguna palabra?

Efectivamente el libro cambiaba el rumbo de la novela por las palabras que Darío había fantaseado. Así que comenzó a contar a viva voz otra historia en la que un oso pardo vivía feliz en las montañas con su familia, y asombrosamente adoptaban a un niño abandonado en el bosque tratándolo como un hijo más y dándole la familia que nunca había tenido.

Desde aquel día, la lectura atrapó a Darío, al revés que su imaginación, la cual voló libre para nunca dejar de inventar historias.

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