Cuando la familia de Sol Portolés decidió acoger hace 14 años, tuvo claro que optaría por menores de más edad. Ya tenían un hijo, que adoptaron con solo un mes, y sabían lo que era “no dormir bien por las noches”, bromea. Tampoco entendía por qué los niños y niñas más mayores que están en pisos de protección tenían menos oportunidades. «Absolutamente todos, pequeños y mayores tienen su mochilita».
A su casa han llegado en este tiempo cuatro menores en tres acogimientos (dos de ellos eran hermanos) y casi todos en edad preadolescente.
Sí admite que inicialmente «es bastante duro», pero también muy transformador. «Están enfadados con todo el mundo, como cualquier adolescente. Pero luego es una gozada porque ves los cambios muy rápido, casi cada día y eso es muy satisfactorio».
Para Sol, el programa ‘Un curso en familia’ es una excelente oportunidad para vivir la experiencia y conocer el acogimiento. Insta a las familias a «no tener miedo», porque los menores que participan van a seguir con sus hábitos de siempre, su colegio y su entorno. Y si la experiencia no cuaja por ambas partes, no hay compromiso de continuar durante el próximo curso. «Pero se van a dar cuenta de que no es tan problemático el tema de la edad. Son niños y niñas que simplemente han tenido mala suerte con lo que han vivido en sus familias».
Recuerda como especialmente complicada la primera acogida, cuando llegó a su casa una niña de 12 años, porque tanto ella como la madre biológica tenían muchas reticencias a esta medida. Más tarde llegaron dos hermanos de 8 y 14 años y «fue muy bien»; estuvieron poco tiempo porque afortunadamente los padres biológicos pudieron solucionar la mala etapa que atravesaban y volvieron con ellos.
Y por último, hace ocho años llegó Yihad. Entonces tenía 12 años y ahora ha cumplido los 20. Aunque está trabajando en Mallorca «sigue en casa», cuenta Sol para explicar que ellos continúan siendo su hogar de referencia, como sucede con cualquier hijo que crece e inicia su vida.
Yihad mantiene contacto diario también con su familia biológica, que vive en Marruecos. Según cuenta en un vídeo que ha grabado para animar a las familias a dar un paso adelante, el acogimiento fue un antes y un después. Desde el instante que conoció a sus padres de acogida ya sintió «muy buenas vibraciones». Y con su nuevo hermano la relación fue excepcional desde el primer momento.
«Me cambió la vida porque antes de estar con ellos era un chaval muy nervioso que no controlaba mis emociones ni mis sentimientos. Gracias a ellos soy otro tipo de persona y me ha ido todo bien», relata con una sonrisa.